martes, 13 de octubre de 2009

Otro tipo de libertad

Escribo esto para que Rocío pueda leérselos. Como toda lectura, necesita intervención, sino, ¿para que sirve leer en voz alta?

“No se trata sólo de conocer la preexistencia de los pueblos indígenas, como dice la Constitución Nacional, sino que habría que agregarle el reconocimiento de la existencia, porque aún vivimos.” Lo dijo Lecko Zamora, y no lo recuerdo porque sea wichí, sino porque es una de las opiniones más coherentes que leí, entre tantos papeles en defensa de los indígenas.

Supongamos que somos once enviados a cubrir la guerra de Angola a mediados de 1975. Todos tenemos anotadores y lapicera, cámara de foto. Pero no todos somos Kapuscinski. Por eso, importa dónde se posa el ojo, y no con qué.

La crónica es un género íntimo. Quizá otro tipo de libertad es cuando uno cuenta su historia; uno tiene herramientas y puede prescindir de opinadores, de interpretadores.

Quienes habitan el Cacique Pelayo existen hace mucho, y lo cuentan sin dramatismo. Como en la poesía del poeta Matsuo Basho, japonés y vagabundo, en estas fotos sólo ocurre la vida: un caballo, árboles, unos perros, un río, una sonrisa, oscurece, una sombra. Eso es suficiente.

Lucas Brito Sánchez




Niño cariño calor.

Una voz dice

que quiere estar a mi lado.

¡Y a mi lado que esté!

Que cuando vuelva la luz

no haya más que él a mi lado.

Ignacio Barbadillo, Buenos Aires











un pequeño rayo abrió una pequeña grieta en los matorrales de tu memoria

una sola imagen, cuando los dos se sentían dioses

excomulgando las culpas del mundo

Mario Anik, Chaco






¿para qué sirve una foto panorámica?

I

No se empaña aquello que logra volar,

o flotar sobre el rechazo del tiempo,

y el abrazo es posible a orillas del sueño,

es decir,

sentarse en el polvo es esperanza y rebelión,

y lo que importa amanece en la quietud,

como pájaro que canta y baila,

en los colores del viento.


II

Son quizás, las sombras de tu sol,

cuando el mundo es ancho, y nuevo,

y el instante es apenas un firmamento,

algo rojo, algo ajeno,

y de tus manos crecen frutas,

insospechadas,

dulces y eternas,

como la tarde lenta.




III

El verde que camina hacia el árbol,

es lo inesperado, siempre,

como la mirada de la infancia,

la madre y su vientre bueno,

pariendo cielos para que sea lluvia,

para que broten pájaros, y silencios,

de esta tierra, que aún palpita.


Nelson Pérez, Buenos Aires












¡Esto es un semillero!


...y esto escribió Lisandro Gallo, de Entre Ríos, sobre nuestro taller de fotografías:

Niños que retoman las cámaras

robadas.

Las imágenes

borradas,

de tiempo.

Y de silencio.

De las voces, que no luchan.

Porque no se ven.

No creen ser.

Porque no se reconocen.

en los medios,

en los dueños

de otras cámaras.

Más poderosas.

Más grandes.

Que no los miran.

Que miran a otros

y sus vidas, y las muestran;

no la de los niños,

no las nuestras.

Las repiten como si lo fueran,

tanto,

que casi nos olvidamos.

Casi…

no luchamos.

Los niños ven imágenes de otros dueños

y de a poco, sin darse cuenta,

también otros sueños,

ajenos,

los viven y atraviesan.

Los lastiman.

Tanto, que les quitan

el sueño.

La comida.

Hasta que un día

ven una foto.

Una que sacaron ellos.

Con una réflex

que no es digital.

A veces que ni es réflex.

Y ven su vida,

al fin su vida.

Y, ahora, sus sonrisas.

No importadas,

reales.

Ni impostadas,

que laten.